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Sobre La Belleza Moral

Nota Del Autor, Life and Death of the American Worker

Jacky Muniello, courtesy of photographer

Audio: Nota Del Autor, Alice Driver

Read the English version of this piece here.

Tyson Foods es el mayor productor de carne en los Estados Unidos y tiene su sede en mi estado natal. 

Crecí en la década de 1980 en el área rural de Arkansas—el centro de la industria empacadora de carne en Estados Unidos. Las montañas Ozark albergan una constelación de pueblos económicamente deprimidos como Oark, donde nací. Mis vecinos cultivaban su propia comida e intentaban salir adelante con trabajos eventuales extraños. Algunos, como mis padres, criaban y sacrificaban pollos en casa. Después de que mi padre y mi tío (quien vivía al otro lado del vereda) les cortaban la cabeza a los pollos, las aves corrían por el patio, su sistema nervioso aún brevemente activo, mientras que los últimos impulsos de vida recorrían sus cuerpos. Cierro los ojos y veo pollos corriendo por el patio, con sus cabezas sangrientas dejadas atrás. Otras personas conducían cuarenta y cinco millas hasta la planta procesadora de pollo, donde trabajaban matando doce mil pollos al día, con las manos en movimiento perpetuo, completando un ritual a la vez delicado y contundente, pues un solo movimiento en falso podía mutilarlos o matarlos. En La jungla, la novela de Upton Sinclair de 1906 sobre la industria empacadora de carne, escribió sobre los trabajadores: "Estaban dispuestos a trabajar todo el tiempo; y cuando las personas hacían su mayor esfuerzo, ¿no deberían poder mantenerse con vida?" Más de un siglo después, la pregunta sigue siendo vigente.

En Oark, la gente enlataba vegetales de sus huertas, cazaba venados y patos y pasaba los veranos nadando en los lagos y ríos de color azul mineral que salpican el paisaje. Algunos vecinos lo pasaban peor que otros. En la década de 1970, mexicanos y centroamericanos llegaron a los Ozarks en busca de trabajos agrícolas que no pagaban mucho, pero les permitían ayudar a sus familias en sus países de origen, siempre y cuando vivieran con poco en Arkansas. Cuando se mudó por primera vez a Arkansas en los años setenta, Daniel Torres, un inmigrante de México, vivía en un gallinero abandonado en las montañas Ozark. En 1981, cuando nací, ya se había mudado a una casa construida por mi tío Larry. Con una gran barba y una amabilidad que lo distinguía, Daniel se convirtió en parte de mi infancia, enseñándome mis primeras palabras en español y presentándome el chocolate caliente mexicano. Cuando pedaleaba por la vereda de tierra cuesta arriba y cruzaba el río Little Mulberry, pasaba por el gallinero donde había vivido y lo imaginaba acurrucado en una esquina, a merced del clima, tratando de dormir. Cuando era niña, no me preguntaba por qué vivía en un gallinero abandonado o lo que un detalle como eso sugería sobre Arkansas y más allá. Como muchos migrantes en los años setenta, Daniel había venido de México a Arkansas en busca de trabajo. Llegó con gran carencia, esperando ahorrar dinero para enviar de vuelta a casa. Sus inicios fueron viviendo en ese gallinero abandonado. Pero le gustaban los Ozarks, los cielos oscuros llenos de estrellas y los bosques llenos de víboras de cascabel y serpientes mocasín de agua. Así que se quedó.

Los criadores de pollos, presionados por las empresas que buscaban sacarles el máximo provecho, a menudo se quedaban fuera de negocio. Lo que en algún momento fue una buena forma de ganarse la vida, se volvió un negocio despiadado a medida que un puñado de empresas controlaban el mercado. El paisaje de Arkansas está marcado por la industria avícola, por sus edificios en ruinas que insinúan la explotación modelada por las empacadoras de carne. En Walmart, una potencia internacional que nació en Arkansas y uno de los pocos supermercados que se encuentra a una hora de donde crecí, veía a inmigrantes con las muñecas llenas de cicatrices, las manos infectadas y los dedos amputados. Algunos de ellos eran discapacitados y recorrían la tienda en carritos motorizados. Su trabajo era invisible, pero yo podía ver las marcas que le dejaba en sus cuerpos.

Jacky Muniello, courtesy of photographer

Lo que en algún momento fue una buena forma de ganarse la vida, se volvió un negocio despiadado a medida que un puñado de empresas controlaban el mercado.

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urante la investigación para este libro, pasé cuatro años–de 2020 a 2024– entrevistando a docenas de trabajadores actuales y previos de la industria cárnica de Tyson Foods y a sus familiares. Comencé a investigar esta industria porque crecí rodeada de los trabajadores y de sus historias. Cuando la pandemia nos afectó en marzo de 2020, solicité fondos a la National Geographic Society para escribir un artículo sobre el impacto del COVID en la industria empacadora de carne. Confrontar a una empresa poderosa, valorada en miles de millones de dólares, fue abrumador y nunca imaginé que lo que comenzó como un artículo de investigación terminaría siendo un libro. Sin embargo, a medida que estos trabajadores comenzaron a morir de COVID, continué entrevistando a sus familias, con la esperanza de que la gente estuviera lista para escucharlos.

Fue un reto hacer las entrevistas durante los primeros meses de la pandemia. También me di cuenta de que al realizarlas por teléfono sería difícil ganar la confianza necesaria para que los trabajadores se sintieran seguros hablando sobre las condiciones laborales de una de las empresas más ricas del mundo. En septiembre de 2020, comencé a recorrer Arkansas en coche, de un pueblo avícola al otro, hablando con los trabajadores en sus casas. Hice entrevistas al aire libre, cuidando mantener el distanciamiento social. En noviembre de 2020, después de hacer las entrevistas en Springdale, me enfermé de COVID. Pasé un mes en cama, mientras tanto los trabajadores — muchos que habían sobrevivido al COVID — me enviaban mensajes con sus consejos. Enferma de COVID e incapaz de trabajar o tener ingresos, me mudé a la casa de mis padres. Este fue uno de tantos momentos en los que creí que no podría terminar este proyecto ni podría apoyar a los trabajadores en su búsqueda por la justicia.

Las personas a las que entrevisté vivían temerosas de perder sus trabajos si la empresa descubría que habían hablado con una periodista. Muchos aceptaron ser entrevistados solamente si su testimonio era anónimo. A petición de ellos, modifiqué sus nombres y oculté detalles identificativos para ayudar a mantener su privacidad. Los trabajadores que aceptaron ser entrevistados y ser identificados con nombre y apellido ya murieron o ya no trabajan en Tyson Foods. Todas las personas involucradas en este proyecto me permitieron generosamente acompañarlas en su cotidiano y esperan que sus historias hagan que sea más segura la industria empacadora de carne. Compartieron recuerdos dolorosos, poéticos y cotidianos, a veces a un costo significativo para ellos mismos. Las entrevistas se realizaron en español, marshalés, karen e inglés y fueron grabadas y transcritas para mayor precisión. Yo soy bilingüe e hice la mayoría de las entrevistas en español, traduciéndolas al inglés. El lenguaje es un tema central en mi trabajo, y la traducción es un acto literario.

Jacky Muniello, courtesy of photographer

En las entrevistas, los trabajadores querían hablar de los movimientos sociales liderados por ellos mismos y del poder de individuos organizados como grupo en busca de justicia.

Para obtener una imagen más completa de lo que sucedió durante esos años, los trabajadores compartieron documentación relacionada con una demanda colectiva contra Tyson Foods. Estos documentos incluían expedientes médicos, cartas e información financiera. Los miembros de la demanda compartieron documentos personales, videos, fotos y escritos.

A pesar de que Tyson Foods se refiere a sus trabajadores como "miembros del equipo", aquellos entrevistados no querían ser descritos con el lenguaje corporativo. En las entrevistas, los trabajadores querían hablar de los movimientos sociales liderados por ellos mismos y del poder de individuos organizados como grupo en busca de justicia. Me refiero a ellos como ellos se refieren a sí mismos: como trabajadores, organizadores y padres.

Me conmueve hacer este trabajo bajo los preceptos que la autora C. E. Morgan describe como "belleza moral". En una entrevista en 2016 dijo: “Pienso en la belleza moral como lo que es bueno y lo que es justo —términos quizás mejor definidos por su opuesto: el mal. El mal es la voluntad de hacer daño al otro; su máxima expresión es el asesinato, pero incluye una gran cantidad de lesiones sutiles y no tan sutiles conforme avanzan hacia ese extremo. Los actos malvados reducen al otro a calidad de objeto, un ser formado por sus partes y obliteran su subjetividad. El terreno fértil del mal es la falta de empatía. Así que ubico la belleza moral en una ética orientada hacia el otro. O quizás sea mejor decir que no está ubicada en ningún lugar, pues no es una entidad estática. Es amor, y el amor no es un sentimiento, sino una acción”.

Este libro explora la belleza moral de los inmigrantes que procesan la carne y el pollo de nuestra nación, cuyo compromiso con lo bueno y lo justo merece nuestra atención.


Copyright © 2024 by Alice Driver. From the book THE LIFE AND DEATH OF THE AMERICAN WORKER by Alice Driver published by One Signal Publishers, an Imprint of Simon & Schuster, Inc, in stores now. Printed by permission. Excerpt translated by Dyan Del Rivero Terán.





Alice Driver

Alice Driver is a J. Anthony Lukas and James Beard Award–winning writer from the Ozark Mountains in Arkansas. Driver is the author of Life and Death of the American Worker, More or Less Dead, and the forthcoming Artists All Around, a memoir about her family’s relationship with Maurice Sendak, the author of Where the Wild Things Are. She is also the translator of Abecedario de Juárez. She lives in the Ozark Mountains.